domingo, 19 de agosto de 2012

Through the window (Parte II)


(Para ver qué ocurrió anteriormente haz click  aquí. )

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Como cada tarde, una nueva melodía traspasaba las paredes del antiguo caserón, mientras que unos oídos en el piso superior escuchaban, siempre atentos. Ese día las notas tenían un tinte diferente, quizá un toque de amargura, igual también algo de anhelo.

Habían pasado unas semanas desde el repentino encontronazo, que por suerte parecía que no había tenido demasiadas repercusiones. Sí que de vez en cuando se había visto una silueta en la vivienda de enfrente mirando entre los espesos cortinajes hacia las ventanas del último piso. También ahora, cuando tocaba, las ventanas de la casa estaban abiertas de par en par, y cuando el concierto de la tarde terminaba no podía evitar asomarse al exterior.

Ella se había dado cuenta, y en consecuencia procuraba mostrarse cautelosa. No era tonta, y sabía que por estimulante que fuera aquel juego, más para ella, amante incondicional del riesgo, esta vez debía tener cuidado de verdad. Alguien podría darse cuenta de lo que pasaba, y entonces ya sí que no sabía lo que iba a ser de ella. Muchas noches se encontraba dando vueltas en la cama, maldiciéndose a sí misma por el descuido de aquel día, rogando en su interior porque no supusiera la repetición de cierta historia cuyos recuerdos inconscientemente se obligaba a bloquear. 

Justo en ese momento acabó la melodía, instantes después de lo cual allí estaba él. Alto, no excesivamente musculoso, facciones marcadas, blanca piel; su abundante melena, no muy larga, recogida con una cinta en la nuca. Prácticamente la única persona con la que se podía decir que tenía algún tipo de "contacto". Hacía tanto tiempo ya... Y así se quedaron un buen rato, él apoyado en el alféizar con ademán pensativo, ella al lado de la ventana, la espalda contra la pared, posición estratégica que le permitía observar el exterior a través del hueco de apenas dos centímetros entre los visillos sin ser vista. Era lo único que se permitía, dadas las circunstancias.

El sol ya se escondía entre las casas del barrio, preparándose para una merecida siesta, cuando él se retiró. Por la boca de ella se escapó el aire que sin darse  cuenta llevaba un rato conteniendo en sus pulmones. Echó un vistazo a su aposento, a la vez que se dejaba resbalar por la pared, acabando sentada en el suelo. El sonido de unas llaves trajinando en la cerradura atrajo su atención hacia la puerta. Debían ser ya las nueve y media, la hora de la cena. 

La puerta blanca llena de arañazos se abrió, como todos los días unas tres veces, dando paso a una regordeta figura. De nuevo era la señora Moore la encargada de ocuparse de sus comidas. Tras vacilar un instante en la puerta, observando la reacción de la chica, entró con bastante confianza al cuarto, cambiando la bandeja que le había dejado a la hora de comer por la que portaba ahora en sus manos. Por el olor dedujo que sería crema de calabacín, una de sus preferidas. No cambió sin embargo su actitud apática ante el amable intento de charla de la mujer, que con su dulce voz no desistía en su empeño por obtener de ella algo más que un par de gestos cansados. Le preguntaba esta vez si no le había gustado la comida, llevaba algunos días sin apenas probarla. Y no era que no estuviese buena, de hecho muchos desearían tener un cocinero como aquel si llegaran a degustar alguno de sus platos. No, no era problema de la comida, simplemente había perdido el apetito. Y aunque de verdad le apeteciera tomar más que un par de cucharadas conseguía controlarse, todo fuera por ver si la preocupación de alguien porque no muriera de hambre podía espantar por al menos un día aquella espantosa rutina. Unos minutos después la señora Moore abandonaba el cuarto, no sin antes  dirigirle una última mirada con ojos apenados y hacer amago de acercarse, aguantándose en el último momento cualquier contacto consolador.


Media hora después, la crema ya fría y sin probar y ella tumbada en la cama, se preguntaba dónde habría ido a parar su "yo"de antes, aquel que nada más oír las llaves se hubiera abalanzado sobre la puerta, buscando la forma de salir, de combatir aquella injusticia. Maldijo una vez más a las malvadas mentes que poblaban aquella casa, y sintió verdadera pena por los que, como la bondadosa señora Moore, se veían obligados a trabajar en aquella casa de locos, probablemente ya durante toda su vida.


***

Continuará...

martes, 14 de agosto de 2012

Una pequeña escritora


  Siempre había sido una niña muy locuaz, lo suyo era un don con las palabras. Era capaz de sacarlas hasta de debajo de las piedras, para luego entretejerlas de forma magistral, de manera que nunca llegaba a resultar tediosa.

De pequeña le encantaba oír los cuentos que le contaba su madre antes de dormir, y en cuanto tuvo edad para aprender a leer, ningún cuento y más tarde libro pudo evitar que la niña se perdiera entre sus páginas. No tardó en empezar a inventar sus propias historias: princesas atrapadas en castillos, hombres a caballo que desafiaban a  cualquier bestia, seres marinos inimaginables... Todos ellos protagonistas de los más increíbles relatos. Pero no era tanto el placer por inventarlos como el que sentía cuando los compartía.


Ya fuera en casa, con sus padres como oyentes; en reuniones familiares, con sus tíos, primos y abuelos presentes; o en el patio del colegio, rodeada de todos sus compañeros. Tal era la forma de exponer sus invenciones que todos quedaban cautivados al instante.

Alguna vez, en la Escuela Primaria, algún profesor extrañado por aquel corrillo  alrededor de la niña se acercaba a escuchar, quedando sorprendido al momento por aquella facilidad de palabra tan extraña en una niña de su edad. La profesora de Lengua habló un día con su madre, explicándole el alto potencial de la niña, su gran capacidad de inventiva. Mas la madre prefirió dejar las cosas como estaban, ya cuando tuviera edad decidiría si se diera el caso. En ese momento tenía edad de juegos, no de largas tardes entre libros y papeles.

Esperaron pues, cada vida siguió su curso.

Mediaba ya la Secundaria cuando un fuerte brote de bronquitis la atacó con toda su furia. Siempre había sido ligeramente asmática, lo cual se acentuaba en primavera, con la llegada del polen y de las primeras alergias. Ambas enfermedades combinadas dieron paso a días de fuertes toses, respiraciones dificultosas,dolores de pecho e inhaladores. Semanas de hospitales, de consultas; algún día se tuvo que quedar allí ingresada. Sobrevino también una fuerte ronquera, que derivó hacia una completa afonía. Se apoderó entonces un profundo desánimo de la niña, pues, ¿qué historia puede contarse sin siquiera una pizca de voz?

Pasado un tiempo comenzó a notarse una cierta mejoría, pero aquella ronquera se negaba a desaparecer. La madre notaba el desánimo de su hija, y procedió a comentarle el problema a la doctora. Hizo ésta salir a la madre de la consulta y se dispuso a hablar con la niña. Le explicó que estaba mejorando, que pronto estaría totalmente recuperada.También que su madre le había contado que la notaban decaída en casa. Le preguntó por su afición, pero ella poco pudo responder con el ronco sonido que salía de sus labios.La doctora ya había visto que aquel era el problema, a lo que le dijo:

- Puede haber más formas de compartir tus historias, ¿sabes? ¿No has probado nunca a escribirlas?

La expresión de la niña la instó a continuar:

- Escritos, tus relatos podrán llegar a mucha más gente. Y la historia no tiene por qué perder su esencia. Al revés, a veces un puñado de palabras bien escritas son capaces de transmitir más que la mejor de las actuaciones. Sólo hay que darle juego a la mente del lector. Así que, ¿por qué no pruebas, al menos hasta que se te quite esta molesta ronquera? No se pierde nada, ¿no?

Al salir de la consulta, la cabeza de la chica no paraba de dar vueltas. Era cierto que una  buena historia siempre era agradable de leer. Quizá lo otro quedaba ya un poco infantil. Además, escribir no le desagradaba en absoluto, es más, lo consideraba un trabajo absorbente.

Probó pues, a dedicarse a ello más a fondo. Dos semanas después, ya perfectamente recuperada, voz incluida, fue a ver a su antigua profesora de lengua, siguiendo la recomendación de su madre. Qué exaltación provocó su visita, más aun tras echarle un vistazo al material que le traía la chica. Su viejo olfato no la había engañado, se dijo la mujer. Pronto se pusieron manos a la obra. Una escribiendo, la otra corrigiendo, puliendo, enseñando. No tardaron en verse los frutos de aquellas clases. Incluso llegaron a presentar un par de sus creaciones a algún concurso.

Eran dos almas literarias, ambas con un mismo rumbo.

Y una pequeña escritora abriendo sus ojos al mundo.